El poeta no necesita amar para
escribir.
El poeta se entrega a un
sinvivir.
El poeta se hace cargo de su
condición.
El poeta no escapa a su perdición.
El poeta es poeta (y por eso nos
gusta)
porque vuelca la pasión
y aviva lo demás con un gesto de
la pluma.
Allí donde los actos humanos eran
sólo espuma,
él los proyecta en las
conciencias y los sacraliza.
¿Qué tendrá el poeta que
hipnotiza
con su suave canto a todo el
mundo?
Hijo abandonado y sin rumbo,
amigo de la serenidad de los
estanques,
huye del calor y del frío danzantes
en el desierto sin tregua de la
vida.
Sabe construir su morada con
caracolas y sonrisas.
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