-Permite los
latigazos de Fortuna.
-¿Cómo? – me dijiste
abriendo mucho los ojos, con gesto de indignación-. Algo así es inhumano e
injusto. No puedo tolerarlo. Nadie en su sano juicio puede permitir esto, y
mucho menos dejarlo estar. Tengo que hacer algo para cambiar esta situación,
tengo que liberarme de lo que siento. ¡Por Dios, no hemos venido a este mundo
para sufrir!
Tus palabras
exaltadas sobrevivieron en una reverberación que se fue perdiendo por las paredes
del templo. Después, silencio.
-Tienes
razón. No hemos venido a este mundo para sufrir. Podemos trascender
nuestro sufrimiento.
-No creo que
algo así sea posible –declaraste, mirando al suelo con aire de condenado.
Luego me miraste con el rabillo del ojo-. ¿Cómo?
-Acepta de
corazón tu destino y serás libre.
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