Cuando la vida nos clava los cuernos,
¿quién puede afirmar entonces que es
feliz?
Hay un modo extranjero de estar en el
mundo,
una sensación que rechaza la vida y
la mira ceñuda.
Mira la tele, mira la alegría, oye la
música.
Apenas puedo entender que otrora yo
gozase de esas cosas.
Y sin embargo, algo dentro de mí
tiene nostalgia de ellas,
nostalgia de un bienestar que ahora
se me niega.
Hay un miedo que se enrosca en el
corazón
y no lo abandona fácilmente.
Nadie puede entenderlo,
pues no hay razones para estar así.
Algunos piensan que es locura,
otros, una suerte de espiritual
cordura.
Odiseo, Eneas y Dante estuvieron aquí
o quizá sus infiernos fueron otros.
¿Cómo expresar estos calores
inmundos,
este ahogo de horas y semanas,
estas ganas de verter todo el mar por
los ojos?
Hay momentos en la vida donde la
soledad se vuelve un filo,
una habitación en penumbra, una
sordera universal.
Quieres salir de la habitación,
despertar de la pesadilla,
¿pero cómo salir de tu propia vida?
¿Cómo despertar del sueño de la
mente?
Acepta, acepta, acepta hasta morir.
Yo no sé quién ha inventado este
camino tan hostil,
esta soga tan sutil que se llama
sufrimiento.
Y pese a todo, mi corazón puede oír,
como una música lejana y prometida,
un Amor que no es de este mundo
y que hace posible nuestra
experiencia de él.
Yo sé que soy ese Amor, que incluso
estos escupitajos
de la existencia son agua fresca para
quien lo conoce,
pero yo solo puedo hablar de mi
experiencia.
Si la honestidad es una virtud, toma
este poema honesto, lector,
relee estos versos que por unos
instantes nos han unido
y celebremos al menos que hemos
hablado de corazón.
Quizá algún día podamos reírnos del
pasado
y esa risa limpiará, en su presente
eterno,
hasta la última duda que pudiera
cabernos.
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