Penélope miró a Magdalena,
fascinada, sin dar crédito a lo que veían sus ojos.
-¡Es increíble!
Magdalena le preguntó.
-¿Qué es increíble?
Penélope siguió pestañeando,
fuera de sí. Se pellizcaba el brazo y reía nerviosamente, tapándose la boca con
la mano.
-¿Qué ocurre? –volvió a
preguntar Magdalena.
Penélope clavó sus
grandes ojos en los de su nueva amiga.
-Yo a ti ya te he
visto antes. Ya nos conocemos.
-¿Nos conocemos? Mira
que tú a mí no me suenas… -dijo Magdalena, mirándola distanciadamente.
-No es la primera vez
que te veo, eso puedo jurarlo. ¿No te acuerdas de mí?
-Creo que no.
-Prueba a mirarme con
otros ojos.
-¿Con cuáles sino con
los únicos que tengo?
-Trata de pensar en cuando
no estábamos aquí, cuando no teníamos cuerpos ni pertenecíamos al mundo, cuando
no había tiempo. ¿Te acuerdas? Era el tiempo en que no existía…
-No –dijo Magdalena,
visiblemente agitada-. Creo que se está equivocando de persona. Por favor, discúlpeme,
mi novio me espera.
Magdalena se alejó,
sintiendo latir violentamente su corazón, abrumada por la turbación que le
había provocado ese desagradable encuentro. Afortunadamente vio a Jaime, que
estaba conversando con unos amigos bajo el arco del jardín, y se dirigió allí a
toda prisa.
-Era el tiempo en que
no existía el miedo –concluyó Penélope en un susurro, con la copa en los labios
y los grandes ojos siguiendo a Magdalena.
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