Es un pájaro de color azul muy pálido, de un celeste blanquecino, que
cabe en la palma de una mano. De sus alas se desprende un polvillo finísimo
similar al de las mariposas. Su cabeza es muy redonda, sus ojillos parpadean
dulcemente, el pico es parlanchín. Su cuerpo, delicado y bien proporcionado,
está cubierto de plumas cuya suavidad recuerda a los muslos de una muchacha.
Bien mirado, este pájaro tiene algo femenino; su presencia semeja la secreta encarnación
de una mujer etérea y misteriosa.
Ha estado quieto durante unos minutos, recibiendo las caricias de mi
tembloroso índice sobre su cabeza ejemplar, acurrucado en el cuenco de mis
manos. Pero se ha despertado y ha echado a volar ligera y velozmente, posándose
cada pocos segundos en algún lugar de la habitación. En este momento está en el
saliente de uno de los estantes de mi biblioteca, junto a los libros que tanto
me hacen soñar. A veces me mira, pero luego gira súbitamente la desconcertada
cabeza, volviendo su curiosa pupila hacia otra parte de la estancia.
Es algo esquivo este pájaro. Parece inconstante y caprichoso. Me
acerco a la estantería para cogerlo y vuela hacia la cama. Allí avanza a
saltitos por el edredón y, cuando ve que mi mano se acerca, vuela otra vez y se
detiene en el piano. Es tan ligero este pájaro que su peso no basta para hacer
sonar las teclas. De nuevo quiero cogerlo, pero esta vez algo me detiene: el
pájaro se ha puesto a cantar. Su canto es tan evocador que decido sentarme en
la cama a escuchar. Enseguida siento una felicidad que se parece mucho al sueño
y me dejo llevar por esa sencilla melodía en la que está todo.
Cuando me despierto el pájaro azul ya no está allí, pero en mis manos
aún quedan restos de ese polvillo finísimo similar al que tienen en sus alas
las mariposas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario