A mi vecina Socorro
Andaba yo
perdido,
doblando cada
calle de mi alma,
soñándome
dolido,
girando el
pensamiento sin sentido.
Llegando a
mi portal,
me vi sin
llave y nadie a quien llamar.
La
desesperación me hizo tocar
el timbre a
una vecina.
-¡Sí, claro,
Santi, sube!
-me dijo
ella, algo sorprendida.
Me abrió la
puerta, suave bienvenida,
y en la luz
del salón, al fin, me supe.
La familia,
cenando en la gran mesa,
me acogió
con cariño.
-¿Qué tal
están tus padres?
-¿Y tú qué
tal, mi niño?
Las
croquetas ricas, fino el tomate,
-Sírvete un
poco más, que aún queda fanta
-me dijo
Ana, con su voz de santa,
¿y quién
podía negarse?
Me vi
escuchado, me sentí querido.
Luego llegó
mi madre y su vestido.
-¡Qué
elegante vas tú a todas partes!
Y su risa se
oyó de regocijo.
Esa cena me
sanó el corazón.
Gracias por
socorrerme,
gracias por acogerme,
gracias, Socorro,
por tu buen amor.
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