A veces no
me encuentro bien.
A veces
algún que otro fantasma mental me asusta
y siento
como si la vida me pesara
en toda su
complejidad,
hecha de
tiempo y de alfileres.
Entonces me
abandono a esa intensidad insoportable
y observo el
malestar sin huir de él.
Dejo que la
emoción se diluya poco a poco,
como se diluye
la espuma en el océano,
y elijo la
paz de simplemente ser.
De ese modo,
siento que puedo amar la vida,
no porque me
traiga bienestar,
no porque la
disfrute,
sino porque
yo soy la vida,
la vida
consciente de sí misma.
No hay
locura más deliciosa,
ni más alto
don
que sentir la dicha de ser infeliz.
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