Siento un
cosquilleo en el pecho,
muy sutil,
como un plumero que
que te
frotaras ante la nariz.
Es como una
medusa
de tentáculos
luminosos,
orgásmica,
como un
árbol de navidad
brotando por
mis brazos,
temiendo su
inminente tala.
Unas bolas
cuelgan en las puntas,
redondeadas
y especulares,
como algún
atardecer perdido para siempre.
Me siento
ese árbol maltrecho,
luminoso,
provisto de
una belleza que el mundo
no es capaz
de apreciar aún.
Este árbol
quiere ser fuerte,
más es joven
aún y no sabe qué es la vida.
Se aferra
fuertemente con sus raíces
a lo único
que le queda:
su ser.
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