Vistas de página en total

lunes, 10 de agosto de 2015

Carta a la escurridiza



Amada escurridiza:

Podrías pasear por las calles de esta ciudad el resto de tu vida y yo no te encontraría nunca. Mientras yo salgo a la calle, tú te metes en casa. Mientras yo me dirijo a tal barrio, tú te encaminas hacia el opuesto. Mientras yo vago por la sombra de las callejuelas, tú reluces al sol de las avenidas.
Cuanto más te busco, más te disuelves en la ciudad. Eres una huella en la arena del parque, unas gafas de sol sobre un banco, la ventana iluminada de una fachada, un autobús que se aleja. La persecución es inútil, pero no puedo abandonarla.
Podrías vivir en cualquier edificio, podrías estar apostada en cualquier esquina de cualquier calle, como un árbol en el bosque, como un libro en la biblioteca, como un átomo invisible. No tengo pistas, ni mapa, ni brújula y tampoco puedo fiarme de mis sentidos.
Vivo en un mundo de rostros que desaparecen, de cuerpos anónimos, de sonrisas que sólo significan amistad (y a veces ni eso). La imaginación, el deseo y la ilusión alimentan con historias esta pobre soledad, esta soledad que está condenada a mirar cómo pasan las chicas por el paseo, cómo pasa el tiempo y cómo pasa el mundo. Y lo que siento dolorosamente es cómo todo el espectáculo no hace más que confirmar tu ausencia.
O quizá el azar y las probabilidades han jugado ya a mi favor y te he visto alguna vez. Quizá fuiste esa chica que se detuvo sorprendida frente a mí al salir del vagón, la que no paraba de reír en una mesa lejana del restaurante, la que paseaba a su perro a la hora de comer, la que era demasiado pequeña, la que me sonrió en la sala de espera del hospital, la que iba de la mano de un chico y nunca llegó a mirarme… Quizá fuiste alguna de estas chicas que cruzaron fugazmente mi conciencia y yo no sabía que eras tú, la que ahora lee estas líneas y comprende que ha sido siempre buscada, que ha sido siempre deseada, aunque en secreto.
Precisamente por eso te escribo, porque no tienes otro modo de saber que yo, tu buscador, existo sino es por medio de esta carta. Cabe la posibilidad de que tú no existas, pero mi fe es valiente. Suponiendo que esta carta estuviese dirigida a un fantasma, estoy convencido de que, en alguna dimensión, el documento no deja de tener, melancólicamente, cierta importancia.

No espero tu respuesta,
Hasta alguna vez.
Tu buscador.

domingo, 5 de julio de 2015

Para leer antes de morir



—Todo lo que no se alimenta muere.
—¿Y si tengo miedo a comer?
—Entonces morirás.
—No puedo consentir eso.
—Tú muérete primero. Luego, a ver qué pasa…

martes, 9 de junio de 2015

Catálogo de sirenas



Tus manos juegan con ese rectángulo,
una ventana abierta al vasto mundo,
por la que todo el mundo espía hoy
las vidas de los otros y sus líos.

En ese peligroso juguetito
hay un librito azul (mas bien tomazo),
enciclopedia para el cotilleo
donde puedes ver mi nombre y mis años.

Del Libro de los Rostros pasas páginas,
buscando lo que aún no ha de llegar
y tu concupiscencia tiene cara
de alguien a quien no conocerás.

Y es tan azul y extenso este catálogo
que en todo se parece a un vasto piélago
cuyas olas arrastran los perfiles
de sirenas que juegan con rectángulos.

Saltas de una sonrisa a un buen trasero
moviendo solamente un corto dedo,
sin ver que la sirena es sólo litio
y que en su corazón no tienes sitio.

Izada la bandera del deseo,
seguirás navegando entre sirenas
que giman en tus noches de alta espuma
para despertar, una vez más, solo.

domingo, 3 de mayo de 2015

Memento mori

Antes tenía mucha confusión,
no podía saber qué me gustaba
ni en qué año o qué sitio me encontraba,
huérfano de cualquier dulce pasión.
Preso como enjaulado gorrión, 
de alejar pensamientos yo trataba
en los que un negro fin me acorralaba,
mas volaban por mi imaginación.
Ahora ya no tengo esa visión,
mis sombras ya no son delirios locos,
saludables memento mori son.
Y parece mentira que los pocos
miedos que hacen saltar mi corazón
aporten claridad, más que sofocos.

martes, 24 de marzo de 2015

Percepciones

                                   A Felipe Ortega-Regalado

Ya Platón vio
que nos dan miedo sólo
sombras chinescas.

Naufragios



Embárcate desnudo en el silencio,
atraviesa ese mar de malestares.
No anheles ningún puerto.