Vamos a abrazarnos. No como antes, no un abrazo
torpe y apremiado por las circunstancias y los rostros mirando. Vamos a
hundirnos en un abrazo sin tiempo y sin público. Vamos a abrazarnos como si
solamente supiéramos hacer eso, estar pegados el uno al otro, sintiendo la
tibieza de nuestros cuerpos, sin preocuparnos de que tu pelo se quede adherido
a mis labios o de que la altura de mis manos en tu cintura rebase el límite que
marca el pudor. Vamos a agarrarnos con firmeza, sin soltarnos ni un segundo,
deseando que nuestra unidad no desaparezca. Vamos a seguir abrazándonos, aunque
nos cansemos y nos quedemos como muertos en los brazos del otro. Vamos a
permanecer mucho tiempo abrazados, hasta que parezca que esas uñas pintadas son
mías y que estas piernas vellosas son tuyas. Vamos a disolvernos en este
abrazo, hasta que tenga la impresión de que tu piel es una prolongación de la
mía y de que tengo cuatro brazos y cuatro piernas, enrollados en torno a los
dos ombligos que se besan, siendo todo yo y toda tú una criatura bicéfala que
solamente sabe amar. Y así, monstruosamente unidos, vamos a volver al origen,
al centro de quienes somos, hasta que la propia noción de nosotros se vuelva vaga e inútil. Vamos a seguir abrazados en una
sola respiración, sintiendo las mejillas como un cálido trasvase de afectos
silenciosos, convirtiendo la caricia en nuestro único lenguaje. Vamos a
abrazarnos para siempre, hasta olvidar que un día estuvimos separados.