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lunes, 23 de febrero de 2015

Diálogo en el templo



-Permite los latigazos de Fortuna.
-¿Cómo? – me dijiste abriendo mucho los ojos, con gesto de indignación-. Algo así es inhumano e injusto. No puedo tolerarlo. Nadie en su sano juicio puede permitir esto, y mucho menos dejarlo estar. Tengo que hacer algo para cambiar esta situación, tengo que liberarme de lo que siento. ¡Por Dios, no hemos venido a este mundo para sufrir!
Tus palabras exaltadas sobrevivieron en una reverberación que se fue perdiendo por las paredes del templo. Después, silencio.
-Tienes razón. No hemos venido a este mundo para sufrir. Podemos trascender nuestro sufrimiento.
-No creo que algo así sea posible –declaraste, mirando al suelo con aire de condenado. Luego me miraste con el rabillo del ojo-. ¿Cómo?
-Acepta de corazón tu destino y serás libre.

lunes, 9 de febrero de 2015

Despedida


Dejé la caja en el maletero, soltando un suspiro.
-Es lo mejor que he podido hacer en quince años –decía mamá, mientras bajaba las escaleras cargada con una maleta más grande que ella.
Adrián estaba en el jardín. Miraba el horizonte, lleno de nubes malhumoradas y sol melancólico. El viento hacía susurrar los árboles. El frío había enrojecido sus mejillas. Me acerqué a él.
-¿Es que mamá ya no quiere a papá? –me preguntó.
-No es eso. Es sólo que necesita cambiar de vida durante un tiempo. Después volverán a estar juntos –mentí.
Adrián volvió a mirar el horizonte, soltó una tosecilla y miró a su dinosaurio de peluche. Lo abrazó con fuerza.
-¡Vamos, niños! ¡Cuánto antes nos vayamos de aquí mejor! –gritó mamá desde el coche.
Adrián subió al coche. Yo me quedé unos segundos más. El columpio, con algunas hojas en los asientos, se balanceaba ligeramente. Inopinadamente, habían florecido unas setas en medio del césped. Las enredaderas trepaban por el borde de la fachada hasta casi tocar el tejado. Algo me impulsaba a grabar todos esos detalles en la memoria. En la ventana abierta del segundo piso había una luz tenue, pero papá no se asomaría diciendo adiós con la mano.
Subí al coche y tardé en conseguir ponerme el cinturón. Al atravesar la cancela abierta, noté que mamá se tranquilizaba. Sentí su mirada en el retrovisor. Me giré para ver la casa por última vez. Los músculos de mi cara se tensaron y la casa quedó desfigurada por mis lágrimas. Me mordí los labios, esperando que ese dolor apaciguara el otro. Después decidí mirar el paisaje por la ventanilla. Todo desintegrándose hacia atrás, la sucesión de árboles y señalizaciones condenadas al olvido. Todo se iba quedando atrás.

martes, 3 de febrero de 2015

Juegos

Cuando el niño se hizo adulto, se dijo un día: "Tengo que dejar de jugar. Ya no soy un niño". Pero, sin saberlo, sin tan siquiera sospecharlo, había empezado a jugar a otro juego.