Amada
escurridiza:
Podrías
pasear por las calles de esta ciudad el resto de tu vida y yo no te encontraría
nunca. Mientras yo salgo a la calle, tú te metes en casa. Mientras yo me dirijo
a tal barrio, tú te encaminas hacia el opuesto. Mientras yo vago por la sombra
de las callejuelas, tú reluces al sol de las avenidas.
Cuanto
más te busco, más te disuelves en la ciudad. Eres una huella en la arena del
parque, unas gafas de sol sobre un banco, la ventana iluminada de una fachada,
un autobús que se aleja. La persecución es inútil, pero no puedo abandonarla.
Podrías
vivir en cualquier edificio, podrías estar apostada en cualquier esquina de
cualquier calle, como un árbol en el bosque, como un libro en la biblioteca,
como un átomo invisible. No tengo pistas, ni mapa, ni brújula y tampoco puedo
fiarme de mis sentidos.
Vivo
en un mundo de rostros que desaparecen, de cuerpos anónimos, de sonrisas que
sólo significan amistad (y a veces ni eso). La imaginación, el deseo y la
ilusión alimentan con historias esta pobre soledad, esta soledad que está
condenada a mirar cómo pasan las chicas por el paseo, cómo pasa el tiempo y
cómo pasa el mundo. Y lo que siento dolorosamente es cómo todo el espectáculo
no hace más que confirmar tu ausencia.
O
quizá el azar y las probabilidades han jugado ya a mi favor y te he visto
alguna vez. Quizá fuiste esa chica que se detuvo sorprendida frente a mí al
salir del vagón, la que no paraba de reír en una mesa lejana del restaurante, la
que paseaba a su perro a la hora de comer, la que era demasiado pequeña, la que
me sonrió en la sala de espera del hospital, la que iba de la mano de un chico
y nunca llegó a mirarme… Quizá fuiste alguna de estas chicas que cruzaron
fugazmente mi conciencia y yo no sabía que eras tú, la que ahora lee estas
líneas y comprende que ha sido siempre buscada, que ha sido siempre deseada,
aunque en secreto.
Precisamente
por eso te escribo, porque no tienes otro modo de saber que yo, tu buscador,
existo sino es por medio de esta carta. Cabe la posibilidad de que tú no
existas, pero mi fe es valiente. Suponiendo que esta carta estuviese dirigida a
un fantasma, estoy convencido de que, en alguna dimensión, el documento no deja
de tener, melancólicamente, cierta importancia.
No
espero tu respuesta,
Hasta
alguna vez.
Tu
buscador.